Thomas Jolly nació en Ruan, donde Madame Bovary (o más bien su creador, Flaubert) escandalizó al mundo de la época. No es de extrañar que el río Sena haya sido el escenario del espectáculo olímpico diseñado por el dramaturgo. El Sena es símbolo de París y cruza la ciudad, erigida en torno a él, del mismo modo que la ciudad mítica de Normandía.
Sus aguas tenían que ser las tablas para una vida vivida en sus orillas, así que asunto resuelto. Otro tema es la idoneidad de Jolly como director artístico de una ceremonia para el mundo, aunque depende de qué mundo se quiera mostrar. Desde luego el que no se mostró fue el de ayer, del que escribió con deleite y nostalgia fatal y resignada Stefan Zweig, aterrado por la amenaza nazi por la que terminó suicidándose, incapaz de ver un futuro en el triunfo de Hitler, que el autor vio como seguro.
No la vanguardia, sino lo «woke»
No fue así. Los nazis cayeron tras la Guerra y la París tomada por el Führer y liberada después se convirtió en un símbolo europeo, más aún de lo que ya era. París sigue queriendo ser ese signo de apertura cultural, pero lo «woke» amenaza cualquier hueco abierto para colarse e invadirlo todo, muy lejos, en este caso, de la ciudad que históricamente ha sido el centro de la vanguardia en muchas épocas.
En lo «woke» la vanguardia es todo lo contrario. No hay vanguardia en lo «woke», sino retaguardia, seguidismo del poder y de lo políticamente correcto. Thomas Jolly es un perfecto ejemplo de lo que es esa retaguardia artística en el país donde el aborto ya es un derecho fundamental recogido en su Constitución. Thomas Jolly es conocido por aunar la modernidad con el clasicismo.
Sus extraordinarios espectáculos son la prueba de que sabe cómo romper las normas y llevarlas al siguiente nivel
Es decir, reinventar las obras clásicas para darles un «enfoque» actual: el pilar del teatro del presente, huero de ideas propias y originales, pero pletórico de ideología, mayormente «queer» (como se define la compañía de Jolly, La Piccola Familia), feminista o LGTBI. Y por supuesto así fue la ceremonia de los Juegos Olímpicos.
Nada de ninguna supuesta audacia, sino todo de los tópicos progresistas modernos que simulan epatar, pero que mayormente insultan. Tony Estanguet, presidente del Comité Organizador París 2024, dijo tras la elección del dramaturgo: «Con su impresionante carrera, Thomas Jolly está a la vanguardia de la joven, creativa y ambiciosa escena artística francesa. Sus extraordinarios espectáculos son la prueba de que sabe cómo romper las normas y llevarlas al siguiente nivel.
Podrá imaginar conceptos artísticos inéditos para las ceremonias de París 2024, ya sea en el corazón de París, en el Sena para la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos, en la Plaza de la Concordia, que se baraja para la Ceremonia de Apertura de los Juegos Paralímpicos, o en el Estadio de Francia para las dos Ceremonias de Clausura de estos Juegos históricos en Francia".
No ha sido cierto lo de la vanguardia, ni siquiera tampoco lo de los «conceptos artísticos inéditos». Cosas tan feas se han visto por ejemplo en Eurovisión: odiosa, pero inevitable comparación entre el festival del feísmo y los Juegos que siempre han sido tradicionalmente ejemplo de belleza. El espectáculo fue sinónimo de inclusividad y de diversidad, menos la referente a los católicos. Para la religión católica y cristiana no hubo diversidad, no estuvo incluida en esta diversidad.
Marxismo y sadismo
Entre las mujeres símbolo estuvo Simone de Beauvoir, pero no Juana de Arco. Thomas Jolly fue el autor de una ópera gay en la figura del emperador Heliogábalo. Ha reinterpretado a Marivaux y a Shakespeare para darles el tono de, por ejemplo, una obra del contemporáneo Mark Ravenhill, autor de obras como la titulada: Ir de compras y follar, en contra del capitalismo y a favor del marxismo, del sadismo, para representar la prostitución, la drogadicción en un entorno de homosexualidad.
Según Estanguet, el organizador de los Juegos, por todo esto Jolly, tiene una «impresionante carrera, creativa y ambiciosa», además de por deconstruir (o destruir) a los clásicos, desde todo Shakespeare a incluso Offenbach, se atreve con todo (es muy fácil destruir y muy difícil crear, como se aprecia en los niños), incluso con Los Juegos Olímpicos, porque le han dejado, para dar la imagen de la actual Francia por este «hijo del teatro público francés».
fuente el debate