“7:11 El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del gran abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas,
7:12 y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches”
Génesis
“La historia de cualquier parte de la tierra, como la vida de un soldado, consiste en prolongados períodos de aburrimiento, seguidos de breves períodos de terror”
Dr. Derek V. Ager, investigador geológico
Aproximadamente entre 9.000 y 5.000 años atrás, en la provincia de Sinop, al norte de la actual Turquía, aconteció un hecho de espectacular magnitud histórica. Un acontecimiento de características tales, que lo han llevado a convertirse en el pilar de la hipótesis que propone al “Gran Diluvio” bíblico como un registro de un suceso real.
En septiembre de 2004, una expedición submarina realizada en el Mar Negro por un conjunto de instituciones (entre ellas la National Geographic Society) concluyó que el mar en cuestión no fue siempre como lo conocemos en la actualidad, sino que fue originado a partir de un inmenso espejo de agua negro, un lago particularmente grande, que en determinado momento de la historia comenzó a ensanchar sus fauces de una forma inusualmente rápida. Tal fue la velocidad con que se elevó el nivel de aquellas aguas, que los pobladores de un área aproximada de 150.000 Km. cuadrados se vieron obligados a desplazarse sin tregua en busca de tierras más seguras, dejando atrás viviendas, herramientas y otros indicios que permitieron a la expedición de submarinistas, liderada por Robert Ballard, acusar la existencia de asentamientos humanos en una porción de tierra que hoy yace nada menos que a unos 100 metros de profundidad, bajo la masa de agua más carente de oxígeno sobre el planeta.
Este llamativo hallazgo bajo el Mar Negro, no solo contribuyó a enriquecer los conocimientos históricos acerca de un tiempo en que Oriente Medio sufrió graves alteraciones a nivel hídrico, sino que planteó el interrogante de qué fue lo que causó el hecho de la alteración en sí mismo. Así es como científicos y divulgadores volvieron a poner en boga de la sociedad un tema pendiente que es clave para la comprensión del desarrollo histórico de la civilización humana y las distintas etapas climáticas que atravesó la Tierra. Un tema entrelazado no solo con la tradición judeo-cristiana, sino con muchas leyendas provenientes de las culturas más dispares del mundo: el “Diluvio Universal”.
El Mar Negro: ¿prueba del diluvio?
En la actualidad, las hipótesis que adjudican la crecida del Mar Negro a una lluvia de proporciones planetarias se encuentran con el desafío de refutar una gran estructura de leyes científicas –la mayor parte de ellas, geológicas– que los hombres han establecido en base a observaciones empíricas durante años.
Los geólogos escépticos proponen, en primer lugar, que de haber sucedido un diluvio tal, deberíamos encontrar un estrato a nivel mundial de arcilla cubierta de guijarros, cieno, cantos rodados y otros elementos. Es curioso que esta capa no pueda encontrarse, más aún cuando la inundación narrada por la Biblia haya tenido lugar en una época tan reciente como 3.000 a.C. Tampoco deberían hallarse los diferentes estratos fósiles estudiados actualmente, con diferentes especies animales y vegetales ocupando capas específicas del suelo. Siguiendo una lógica diluviana, los restos animales de todas las especies antes de la gran inundación (incluidos los extintos dinosaurios) deberían hallarse hoy en un solo estrato, sin distinción alguna. Sin embargo, la paleontología contradice estas suposiciones por completo.
Los ejemplos citados parecen ser solo la punta del iceberg de los argumentos que refutan una inundación global. No obstante, muchos de tales razonamientos son rebatidos con igual gracia por los científicos “diluvianos”. De hecho, descripciones como “fueron rotas todas las fuentes del gran abismo” o “las cataratas de los cielos fueron abiertas” relatadas en el Génesis, son respaldadas por hipótesis que, aunque difíciles de concebir para muchos, son imposibles de descartar por ser factibles con la realidad.
Una de estas hipótesis propone que el planeta sí pudo haber sido cubierto hasta en sus picos más altos, al contrario de los cálculos que dicen que toda el agua suspendida en la atmósfera solo alcanzaría a cubrir unos modestos 3 cm. de toda la superficie terrestre. Los diluvianos calculan que si la geografía terrestre sufriera un “emparejamiento” de su superficie, aplanando montañas y elevando las profundas fosas marinas, la Tierra entera quedaría cubierta por unos cuantos kilómetros de agua.
Según la “teoría de la envoltura”, en tiempos de Noé, las capas superiores de la atmósfera contenían una cantidad sustancial del agua que hoy conforman los océanos. Esta agua, que pudo condensarse gracias al polvo generado por varias erupciones volcánicas simultáneas, fue la que cubrió más tarde todo el planeta. Luego se retiró hacia las fosas oceánicas creadas por violentos movimientos tectónicos verticales, que dieron lugar asimismo a toda la orografía conocida actualmente. Algunos científicos creen que la teoría de la envoltura concuerda justamente con la descripción de las “cataratas de los cielos”.
Mitos extra-bíblicos sobre un diluvio purificador pueden hallarse en la cultura hindú, sumeria, griega, acadia, china, mapuche, maya, azteca y pascuense (Isla de Pascua), entre otras. Varios de estos parecen poseer denominadores comunes con una similitud asombrosa. Entre los patrones más repetidos se cuentan el anuncio celestial desoído por el pueblo, la construcción de un arca para preservar las vidas del diluvio, el diluvio en sí mismo y la posterior restauración de la vida sobre el planeta.
Un ejemplo claro de esta similitud lo brinda la historia mesopotámica oriental del diluvio (pre-bíblica) en la que la Diosa “Ea” advierte a Uta-na-pistim, rey de Shuruppak, sobre el castigo que espera a la humanidad por su grave grado de degeneración moral. Uta-na-pistim recibe instrucciones de la diosa para construir una embarcación con la forma de cubo de seis pisos, y cómo debe incluir en ella una pareja de ejemplares de todas las especies animales y semillas, así como a su propia familia. Así, Uta-na-pistim sobrevive al diluvio de varios días, suelta un ave para comprobar la cercanía de tierra firme y, una vez en ella, realiza un sacrificio animal a los dioses.
En búsqueda del arca perdida
Un punto aparte que añade peso a la controversia bíblica son las evidencias fotográficas y físicas de un objeto de gran porte incrustado en el Monte Ararat, donde, según narran los textos cristianos, reposó finalmente el arca de Noé. A comienzos de 2006, el profesor de la Universidad de Richmond, Porcher Taylor, afirmó que, según un estudio extenso realizado durante años mediante fotografías satelitales, no existen dudas de que a 4663 metros sobre la zona noreste del monte se encuentra incrustado un objeto extraño que coincide perfectamente con la descripción métrica del arca bíblica.
Dichas tomas satelitales sobre el Ararat han despertado la curiosidad de gran cantidad de científicos desde su descubrimiento en 1974. Varias expediciones de investigadores también han logrado rescatar, desde mitad del siglo pasado, restos de madera petrificada, así como trece poderosas anclas de piedra en zonas próximas a donde se supone se halla este posible tesoro arqueológico. Incluso se han realizado pruebas de ultrasonido, que han revelado una estructura muy rara a una altura sobre el nivel del mar no menos llamativa.
A pesar de la multiplicidad de textos en diversas culturas que documentan un diluvio duradero proveniente de las divinidades, la magnitud y duración de tal evento parece ser un punto de discusión incluso para los que sostienen tal teoría. Así, mientras una fracción ínfima de científicos expone el cubrimiento total de la Tierra por una gran masa de hídrica, la ciencia oficial prácticamente tacha de imposible tal suceso.
Mientras algunos textos nos legan la recreación de la humanidad a partir de la salvación de menos de una decena de personas, lo mejor fundamentado hasta el momento es, al parecer, que un suceso climático catastrófico realmente azotó al planeta en forma íntegra hace aproximadamente 5 a 7 milenios y que una cantidad no definida de seres humanos en puntos continentales elevados tuvo la capacidad de continuar la civilización y de transmitir el relato de lo acaecido a generaciones venideras.
Esta última teoría coincide con aquella de las civilizaciones humanas cíclicas, que dice que el hombre no viene del mono, sino que han existido numerosas civilizaciones humanas a lo largo de cientos de miles de años, que perecieron tras grandes catástrofes mundiales y cuyos pocos sobrevivientes fundaron un nuevo ciclo de civilización desde una obligada Edad de Piedra. Dicha teoría se basa en numerosos hallazgos arqueológicos de decenas de miles de años que dan cuenta de civilizaciones humanas avanzadas, anteriores a la historia conocida.
Se tomen como “mitos” o “registros históricos”, las llamativas y coincidentes referencias de distintas culturas a tiempos en que una gran inundación purgó los pecados del hombre, son un buen disparador para evaluar la realidad actual. Realidad ésta, cuya modernidad obnubilante se ve desafiada por advertencias proféticas y una ola creciente de desastres naturales. Sin embargo, hasta el momento en que las pruebas vuelquen la balanza de la opinión pública hacia algún punto en particular, las versiones del diluvio quedarán como mitos para algunos, como un hecho veraz para otros, pero, por sobre todo, como un mero enigma para muchos.
Artículo publicado originalmente en la Revista 2013 y más allá
(Tierra pura)