Precursores del esfuerzo fueron Stephen Marston y Robert Potash, agentes del FBI en Nueva York. Ray Donovan, de la División de Operaciones Especiales de la DEA, unidad secreta a cargo de las escuchas de narcos, fue el enlace con los agentes en México. Feuer detalla cómo interceptaron y hackearon las comunicaciones del círculo íntimo de Guzmán: lugartenientes, guardaespaldas, esposa y amantes. El equipo, que operó mayormente al margen de las autoridades mexicanas, estaba obsesionado en aprehenderlo. Si no lo hicieron antes fue por la corrupción mexicana.
Entre 2009 y 2016, la “coalición” planeó siete capturas: Los Cabos, dos en Tepic, redada en Culiacán liderada por la CIA, “Duck Dynasty” en La Paz, el arresto en el Hotel Miramar en 2014 que terminó en su fuga de Altiplano en 2015 y la última en Los Mochis en 2016. Con excepción de dos, el resto fracasó porque huyó antes o porque las misiones fueron abortadas. El gran obstáculo, dice Feuer, era la corrupción en el Gobierno de México.
“Encontrar a Guzmán, como bien sabía la DEA, siempre fue la parte fácil. Las comunicaciones eran tan esenciales para su operación que siempre había inteligencia de vigilancia que indicara su paradero. La parte más difícil… debido a la corrupción en el gobierno, era decidir a quien confiar su detención entre las agencias policíacas locales”, escribe Feuer.
No fue hasta el “Operativo Tercer Strike”, que produjo su detención en 2016, que finalmente el CISEN se involucró. “El Chapo” se había vuelto a fugar del Altiplano por un túnel un año antes, lo que no sólo humilló a Enrique Peña Nieto sino puso en evidencia la colusión de su gobierno con los cárteles. Sorprendidos de que cada pista que desarrollaban ya la tenían los mexicanos, eventualmente la “coalición” se percató que el CISEN tenía un arma secreta: el poderoso programa de espionaje de tecnología israelí, Pagasus. No escatimó en usarlo para dar con “El Chapo”.
La obra de Feuer afirma el amplio campo de maniobra de las agencias estadounidenses en México. Deja pocas dudas de que la ubicación y eventual detención del “Chapo”, fue principalmente obra de persistencia de Estados Unidos. Si bien policías extranjeros por Ley no pueden hacer arrestos y andar armados en territorio nacional, sabido es que los agentes de la DEA invariablemente portan armas cuando acompañan a lo mexicanos en operativos de detención de altos blancos. El Gobierno mexicano se hace de la vista gorda.
Como escribí en este espacio, tres presidentes consecutivos –Fox, Calderón y Peña Nieto– dieron órdenes de que los agentes de la DEA, el FBI, la CIA y el ICE, operaran en México con toda libertad (“Academia de la DEA, fábrica de agentes dobles”, 17/03/2020, SinEmbargo).
Genaro Garcìa Luna, titular de la Secretaría de Seguridad Pública federal, al lado de su entonces jefe directo: el Presidente Felipe Calderón Hinojosa. García Luna está ahora recluido en una prisión de Nueva York acusado de narcotráfico y de servir para el Cártel de Sinaloa a cambio de sobornos millonarios. Foto: Cuartoscuro
Feuer menciona los presuntos narco pagos a García Luna y Peña Nieto que testigos protegidos sacaron a colación en el juicio de “El Chapo”. Son parte de la acusación criminal contra García Luna en la corte en Nueva York. La versión sobre Peña Nieto no ha sido corroborada.
Lo que el reportero neoyorquino sí corroboró fue la penetración del narco en la Unidad de Investigaciones Sensibles (SIU), de la Policía Federal, cuyos integrantes fueron entrenados en la academia del FBI en Quántico y aprobaron los exámenes de confianza que la DEA les aplicó. Feuer cuenta que, tras los intentos fallidos por capturarlo en Los Cabos y Tepic, la DEA empezó a dudar de la SIU, su contraparte en la Policía Federal. El FBI asignó a investigarla a un alto funcionario en 2013. A fines de ese año, la investigación confirmó las sospechas. “La SIU y la Policía Federal, podrían ser descritas como el brazo uniformado de la aplicación de la ley de la organización de Guzmán”, escribe Feuer.
Las sospechas del FBI se confirmaron años después con el encarcelamiento de Iván Reyes Arzate, acusado de espiar para los Beltrán Leyva, al mismo tiempo que era jefe de la SIU, y la detención de García Luna, responsable máximo de la SIU y fundador de la Policía Federal, por delitos graves relacionados al narcotráfico. Feuer no alcanzó a incluir las acusaciones recientes contra Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño García, también altos mandos de la Policía Federal y hombres de confianza de la DEA. El autor no explica cómo fue que la DEA no se enteró que estaba en la cama con el enemigo.
Feuer basa su relato principalmente en tres fuentes: entrevistas para atribución con funcionarios estadounidenses que dirigieron el espionaje electrónico, la transcripción completa de las 12 semanas del juicio y miles de páginas de récords de investigación de los casos de Guzmán y relacionados, muchos de ellos inéditos. El libro carece de declarantes mexicanos. Procuró hablar con algunos de los protagonistas en México, pero, anota, casi todos declinaron.
El juicio de Joaquín Guzmán Loera se inició el 5 de noviembre de 2018 en una corte de Nueva York y finalizó con una sentencia condenatoria en la que se le declaró culpable de 10 delitos imputados el 12 de febrero de 2019. Su sentencia, que al final fue cadena perpetua, se dictó el 17 de julio de 2019. Foto: EFE
El libro consigna el papel de la CIA y la NSA en la persecución de Guzmán. Uno de los operativos fallidos en Culiacán, del que casi nada se sabe, lo dirigió la CIA. Ambas declinaron peticiones de información a través de la Ley de transparencia estadounidense. “El papel de la CIA en el caso de El Chapo está enterrado en expedientes secretos… miles —quizá decenas de miles— de documentos en montones de casos relacionados al capo y sus colaboradores permanecen bajo sello al día de hoy. Contienen el equivalente a la historia no contada de la guerra a las drogas en México”.
“El Jefe” de Alan Feuer, disponible en español sólo en audio, no es un libro sobre la narco-corrupción en México; tampoco un análisis sobre la guerra fallida contra los cárteles, mucho menos la historia del narcotráfico. Es el trabajo periodístico de un reportero especializado en procesos criminales que, con fuentes privilegiadas, incurre en el oculto mundo del espionaje cibernético que presidió la captura de Joaquín Guzmán Loera. El resultado es un relato absorbente tipo thriller policíaco basado en la vida real.
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El acecho del “Chapo” es un botón de muestra de la injerencia histórica de las agencias de espionaje estadounidenses en México, desde el “procónsul” Winston Scott hasta la fecha. Mientras que, en la guerra fría, el espionaje se conducía desde un cuarto secreto en la Embajada de Estados Unidos en México, en la actualidad se realiza a través de un amplio menú técnico que incluye máquinas de escucha y descifrado de comunicaciones encriptadas, hackeo de sistemas informáticos, drones de monitoreo en tiempo real, aviones espías en cielos mexicanos y cheques en blanco para interferir teléfonos de objetivos seleccionados en territorio mexicano, siempre y cuando sean autorizados por un juez estadounidense… por aquello de que México es un país soberano.