El 2 de agosto de 1939, hace 81 años, Albert Einstein ponía la firma en una carta que también habían escrito otros. No era una cuestión de egos. Lo que estaba en juego era mucho más importante: el futuro de la humanidad. El peso de un nombre. Einstein podía ser la palabra clave para que Franklin Roosevelt prestara atención.
Los descubrimientos recientes en algunos laboratorios híper especializados era algo que a los políticos no los preocupaba demasiado. Estaban más interesados en lo inmediato. En los movimientos de tropas nazis en Europa. Tanto fue así que el día en que la carta debía ser entregada, Roosevelt pospuso la reunión. Era el 2 de septiembre de 1939 y el día anterior, Polonia había sido invadida.
Hoy es conocida como la carta Einstein-Szilard. Leo Szilard era un físico húngaro exiliado. Junto a otros dos colegas, de la misma nacionalidad y con similar desarraigo, escribieron un texto que pretendía ser un llamado de atención para evitar que Hitler tuviera armas atómicas. Una luz roja mirando al futuro. Esa misiva la recibieron embajadores, funcionarios y congresistas pero nadie pareció leerla.
Szilard sabía que su prédica no sería escuchada y, sabía también que era imprescindible lograrlo.
Junto a Edward Teller y Eugene Wigner fue a hablar con Albert Einstein, el científico más conocido y prestigioso de ese tiempo (y posiblemente de todo el Siglo XX).
Las nuevas revelaciones sobre la fisión nuclear y sobre la reacción nuclear en cadena habían convertido al uranio en un bien preciado. La mayor reserva del mundo se encontraba en el entonces Congo Belga (Zaire). Eso preocupaba a Szilard que escribió textos que hizo llegar a muchas personas. Hasta que alguien le sugirió que las misivas para que cumplieran con su objetivo de alertar a quienes decidían debían estar firmadas por gente con mayor prestigio y llegada. El nombre de Einstein estaba primero en esa lista.
Szilard junto a los otros dos húngaros fueron a verlo. Le resumieron los avances en el tema y la posibilidad de construir la bomba atómica. Esa misma tarde Szilard escribió un texto que Einstein firmó. Lo enviaron al embajador belga en Estados Unidos. Pero pocas semanas después y al ver que su accionar no había logrado ninguna repercusión, Szilard volvió a visitar al padre de la Teoría de la Relatividad. Eran principios de agosto. Einstein dictó la carta en alemán.
Bomba atómica "Fat Man", producida como parte del Proyecto Manhattan. US War Department
Era más enérgica que la anterior y quiso que sus palabras fueran más contundentes. Esta vez él participaría de la redacción. Szilard la tradujo y se la dictó a una joven que se ganaba la vida como mecanógrafa. Janet Coatesworth, muchos años después, contó que creyó que el húngaro había enloquecido mientras tipeaba “bombas extremadamente peligrosas”, “poder destructor inigualable” o el nombre del destinatario Franklin D. Roosevelt, Presidente de los Estados Unidos. Pero la creencia de la pérdida de razón de su jefe mutó en convicción cuando le indicó que al pie de la nota firmara como Albert Einstein.
Unos días después, Einstein leyó la nota, la aprobó y puso su firma manuscrita al final.
Quien debía encargarse de entregarla en mano era Alexander Sachs, un financista y hombre de negocis con acceso directo a Roosevelt. La reunión sufrió algunas postergaciones hasta que por fin el 10 de octubre Sachs entregó la carta. Roosevelt la leyó por arriba y dijo que a él le habían informado otra cosa, y rápidamente cambió de tema. Sachs sintió una profunda frustración. Y le pidió conversar al día siguiente. El 11 de octubre Roosevelt lo volvió a recibir. Con él estaban su secretario privado, el brigadier Watson y el comandante de la Marina. Sachs utilizó toda su artillería verbal y, finalmente, resultó convincente. Roosevelt leyó con detenimiento la carta de Einstein y quedó pensativo. Luego lo miró a Sach y dijo: “Lo que están diciendo es que los alemanes nos pueden hacer volar por el aire, ¿no?”. De inmediato ordenó a Watson que creara una comisión para continuar el tema y que reclutara los mejores hombres de ciencia. Ese momento fue el inicio de la carrera nuclear norteamericana que tiempo después se vería reflejada en el Proyecto Manhattan y en el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.
La carta en su tramos principales decía: “Algunos trabajos recientes de Enrico Fermi y Leo Szilard, comunicados mediante manuscritos, me llevan a considerar que, en el futuro inmediato, el uranio puede convertirse en una nueva e importante fuente de energía. Algunos aspectos parecen requerir mucha atención y, si fuera necesario, inmediata acción por parte del gobierno. Por ello creo que es mi deber señalar los siguientes hechos y recomendaciones.
'Calutron Girls' monitoreando un espectrómetro de masas durante el Proyecto Manhattan, el secreto era tal que estas chicas no sabían que estaban haciendo. Foto Ed Westcott
En el curso de los últimos cuatro meses se ha hecho probable -a través del trabajo de Joiot en Francia así como también de Fermi y Szilard en Estados Unidos- que podría ser posible iniciar una reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio, por medio de la cual se generarían enormes cantidades de potencia y grandes cantidades de nuevos elementos parecidos al uranio. Según parece, esto podría lograrse casi con seguridad en el futuro inmediato.
Este nuevo descubrimiento podría también conducir a la construcción de bombas, y es concebible -pienso que inevitable- que pueden fabricarse bombas de un nuevo tipo extremadamente poderosas. Una sola bomba de ese tipo, llevada por un barco y detonada en un puerto, podría destruir el puerto por completo, junto con el territorio que lo rodea. Los Estados Unidos tienen muy pocas minas de uranio, con vetas de poco valor y en cantidades moderadas. Hay muy buenas vetas en Canadá y en la ex-Checoslovaquia, mientras que la fuente más importante de uranio está en el Congo Belga. Tengo entendido que Alemania actualmente ha detenido la venta de uranio de las minas de Checoslovaquia, las cuales han sido tomadas. Puede pensarse que Alemania ha hecho tan claras acciones, porque el hijo del subsecretario de Estado Alemán, von Weizacker, está asignado al Instituto Kaiser Wilheln de Berlín, donde algunos de los trabajos americanos están siendo duplicados”.
Y también le proponía que creara una comisión con los principales físicos que vivían en Estados Unidos para que estuviera actualizado de los avances allí y en las naciones enemigas, y para que empezaran a realizar trabajos experimentales.
Roosevelt respondió a Einstein de inmediato: “Esta información me pareció tan relevante que formé una comisión formada por el Jefe de la Oficina de Normas y representantes de la Marina y el Ejército para investigar bien a fondo todas las posibilidades de sus sugerencias en relación al uranio”.
Fue la misiva de Einstein la que impulsó que el gobierno norteamericano se pusiera a trabajar en serio en el tema. Luego en 1941 vendría el Proyecto Manhattan. Era una carrera en la que nadie quería llegar en segundo puesto. El temor a que la Alemania Nazi tuviera poder nuclear antes era enorme.
Esa no fue la única carta del Premio Nobel al presidente. En 1940 le envió otras dos en las que pedía más acción. La cuarta y última pieza de correspondencia entre ellos fue muy posterior. Fue escrita en marzo de 1945, a punto de ser derrotado Hitler. En ella Einstein pedía una reunión para conversar con Roosevelt la conveniencia del uso de las armas atómicas. La reunión no se produjo porque Roosevelt murió mientras trabajaba, dos semanas después.
Bomba atómica sobre Hiroshima AFP 163
En esa última carta Einstein había escrito con su contundencia habitual: “Toda posible ventaja militar que Estados Unidos pudiese conseguir con las armas nucleares quedará totalmente oscurecida por las pérdidas psicológicas y políticas, así como por los daños causados al prestigio del país. Podría incluso provocar una carrera armamentística mundial”.
A esta carta, a diferencia de la primera, no le hicieron caso. En poco más de un lustro, parecía, Einstein había perdido todo su poder de persuasión.
Después de Hiroshima y Nagasaki, Einstein expresó su arrepentimiento por ser el impulsor de las investigaciones en el tema. Explicó que él había escrito esa carta para que se iniciaran las investigaciones y que: “Era bien consciente del horrendo peligro para la humanidad que significaba que esos experimentos se realizaran con éxito. Sin embargo, la posibilidad de que los alemanes estuvieran trabajando en lo mismo con altas posibilidades de éxito me empujó a dar ese paso. No tuve otra alternativa que actuar como lo hice, pese a que siempre he sido un pacifista convencido”.
Un año después del fin de la Segunda Guerra Mundial fue nombrado presidente del Comité de Emergencia de Científicos Atómicos. La idea era que la energía nuclear estuviera bajo un estricto control y evitar su uso nocivo.
El pacifismo de Einstein y su militancia se incrementaron. Criticó a las grandes potencias durante la Guerra Fría, se opuso al rearme alemán, clamó por el desarme nuclear.
En 1955, el mismo año de su muerte, se unió a Bertrand Russell para que se limite taxativamente el armamento nuclear.
(Infobae)