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06 July 2020

En sus primeros años de vida, nuestros hijos, consumieron la cantidad de azúcar que nuestros abuelos consumieron en toda su vida. Nuestros entornos alimentarios se rodearon de productos invadidos de azúcar, basta recorrer un supermercado (cereales para el desayuno, bebidas gaseosas y lácteas llenas de azúcar, salsas de tomate que tienen más de azúcar que de tomate, aderezos para ensaladas, postres, chocolates, dulces, todo tipo de alimentos). Al mismo tiempo, de forma paralela y bien integrada, una publicidad multimillonaria nos invadió por todos lados. Basta decir que todo el presupuesto de la Organización Mundial de la Salud no llega ni a la mitad de lo que la empresa Nestlé gasta globalmente en publicidad. Un dato útil para evaluar como la especie se ha “organizado” para destinar sus recursos.

La fuerte y multimillonaria inducción a este ingrediente adictivo desde nuestros primeros años de vida ha tenido entre sus protagonistas a un ejército de simpáticos personajes infantiles que han asociado el “subidón” del azúcar en sus productos con un tigre atlético, lleno de energía y fuerza, un acróbata que publicita un supuesto cereal con 40 por ciento de azúcar; un elefante obeso que con el tiempo se convertiría en una rata fortachona para dejar se mostrar su grasa y que publicita otro cereal con más de 35 por ciento de azúcar y cuatro colorantes artificiales; un gansito pequeño y simpático que pedía “recuérdame” para que te comieras un pastelillo compuesto por un cóctel artificial con grasa y azúcar; un payaso inconfundible que invita a los niños a jugar mientras consumen las miles de calorías que ofrece en su menú, etcétera, etcétera.

La mayoría de nuestros adolescentes desconocen los personajes de nuestra historia, de nuestra cultura, de las artes de nuestro país; pero reconocen a todos estos personajes que desde pequeños los abordaron con su multimillonaria publicidad, generándoles vínculos afectivos. Estas diferencias en el reconocimiento de los personajes hablan del entorno en que crecen nuestros hijos, de quiénes se han apropiado de é, cuáles son sus valores y cuáles sus fines.

La modificación de este ambiente alimentario con una invasión de productos con altas cantidades de azúcar, productos muy bien diseñados para ser adictivos (colores, sabores y aromas artificiales), están en el origen de la epidemia global de obesidad. Esta invasión encabezada por este ejercito de simpáticos “dealers” aniquiló el consumo de una variedad importante de alimentos naturales y preparados en las cocinas, y a otra la desplazó. Bajamos el consumo de frijol, maíz, frutas, verduras; aumentamos el consumo de refrescos y chatarra. Se impuso así la dieta industrial, productos diseñados con una larga lista de ingredientes artificiales con el único fin de vender más, de incrementar ganancias. Las bolsas de valores, el precio de las acciones, pasaron a determinar el diseño de los productos, no la alimentación: que tengan el menor valor de producción para incrementar las ganancias y que se consuman más por quienes ya los consumen y quienes no los consumen aún, comiencen a consumirlos.

Antes de que la pandemia de COVID-19 emergiera y diera cuenta de otros de los riesgos asociados a la obesidad, el convertirnos en poblaciones muy vulnerables a este virus, la Organización Mundial de la Salud señalaba: “La obesidad infantil es uno de los retos de salud pública globales más serios del siglo XXI. En solamente 40 años la obesidad en niños y adolescentes ha aumentado más de 10 veces”.

La epidemia de obesidad que se asociaba a la muerte de 23 personas cada hora en nuestro país, antes de la pandemia, a escala internacional ha llevado a que todas las naciones acuerden objetivos entre los que se incluyen que para el 2025 no aumente la obesidad y el sobrepeso en niños y adolescentes por encima de los niveles de 2010.

La OMS ha presentado una serie de recomendaciones para combatir la obesidad infantil que han sido expuestas por la Comisión para el Fin de la Obesidad Infantil y que son parte de los objetivos de la década de la Acción en Nutrición.

Esta Comisión explica que la epidemia de obesidad está creciendo más rápidamente en países de bajos y medianos ingresos a donde se han desplazado las grandes inversiones en publicidad y producción de las corporaciones de bebidas y alimentos ultraprocesados. Y el origen de la obesidad, lo sabemos, lo sabe bien la industria, está en la infancia, en la que se generan hábitos, preferencias y se modelan gran parte de los gustos. Y para ello, las corporaciones tienen estrategias altamente persuasivas.

El objetivo de las políticas para combatir la obesidad infantil, lo expone la OMS: “El ambiente alimentario de los niños debe ser apoyado por ambientes alimentarios donde las elecciones saludables son elecciones fáciles y posibles, y los niños tienen que ser protegidos de la exposición a la poderosa publicidad de alimentos y bebidas.

Las restricciones de la publicidad fueron recomendadas como una estrategia efectiva en 2010 y son también recomendadas como acciones de políticas clave en el Plan de Acción Global para la Prevención y el Control de las Enfermedades Crónicas no Transmisibles 2013-2020”.

Y la Comisión para el Fin de la Obesidad Infantil recomienda seguir las recomendaciones establecidas por las oficinas regionales de la OMS para determinar a qué productos debe restringirse su publicidad a la infancia, como es el caso de la Organización Panamericana de la Salud para nuestra región. El nuevo etiquetado de alimentos sigue estas recomendaciones de la OMS, de la OPS, de los relatores de Naciones Unidas por los derechos de la Infancia, de la Alimentación, de la Salud. El nuevo etiquetado y la reforma al Reglamento de Publicidad de la Ley General de Salud, prohíben el uso de estos personajes, de estos “dealers” del azúcar.

Sin embargo, los “dealers” tienen muchos aliados, las corporaciones que los crearon, las asociaciones de corporaciones que los agrupan, organismos que los defienden, como la COFECE, legisladores y comunicadores aliados a las empresas y a la ideología del libre mercado. Reclaman: los personajes son parte de la marca, se atenta contra los derechos de propiedad intelectual, se atenta contra el libre comercio.

Las experiencias de naciones que han establecido la prohibición a todo tipo de publicidad dirigida a la infancia muestran claramente como, por encima de esos derechos de propiedad intelectual y comerciales, está el derecho superior de la infancia y el derecho de los niños a no ser abusados por una publicidad que se aprovecha, como dice la OMS, de “su credibilidad e inexperiencia”.

Por su parte, las naciones que han establecido la prohibición, más particular, a la publicidad de alimentos y bebidas no saludables dirigida a las niñas y los niños, han mostrado que los reclamos de las grandes corporaciones a sus derechos de propiedad intelectual y de comercio no están por encima del derecho a la salud y del derecho de los estados a establecer políticas para proteger la salud de la población.

(Sin Embargo)

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