El dragón maligno ha devorado a Lao-Tse, a Confucio, a su seguidor Mencio y a los Siete sabios del bosque de bambú que perseguían la alquimia espiritual a través de la armonía del tao. El comunismo se llevó muchos valores relacionados con la decencia, el honor, la ética y la trascendencia. De la sabiduría de la China milenaria solo quedan los restos en archivos polvorientos, que sus mutantes habitantes no conocen ni entienden, ni siquiera les es permitido contar a sus hijos que cualquier tiempo pasado sí fue mejor, que in illo tempore hubo orden y dignidad más allá de dictaduras salvajes que amputan manos, asesinan a disidentes, a científicos por decir la verdad y condenan a muerte sin juicio previo. Esto puede parecer lejano, a mil leguas del mundo, impensable en un país como el nuestro, tan democrático, con una historia milenaria también, tan digna e interesante como las maravillas cantadas por Maco Polo sobre Mangi y Catay. No crean que esto no pueda pasar aquí. Estamos más cerca de lo que creemos de esas injusticias que se nos antojan imposibles y nos hielan el corazón. Nos parecemos a China más de lo que creemos, solo hay que encajar las piezas, verle las barbas y poner a remojar las nuestras.
La escasa transparencia sobre el Covid-19 es el primer parecido. Aún no sabemos si el virus fue liberado a propósito del laboratorio de Wuhan –donde Soros tiene intereses económicos—, o si fue un accidente. Ni ellos quieren contarlo, ni nosotros saberlo. El número de muertos es tabú, tanto aquí como en China. Ambos países amañan los datos y mucho nos tememos que nunca llegaremos a saber cuántos han fallecido por “esta cosa”, o cuántos han fallecido por “esta misma cosa” el año pasado y el anterior. No se había catalogado. Ni siquiera ahora lo está. Nadie lo ha secuenciado, como bien dicen varios profesionales, entre ellos un científico de Harvard que entrevistó Gilberto Fabian, cuyo nombre no recuerdo ahora. ¿Cómo vamos a saber nada con certeza si ni antes ni ahora se hicieron autopsias y ni siquiera figura la causa de la muerte en los partes de defunción? Viendo el discurrir del escenario de la epidemia, los protocolos de los sanitarios que hablan off the record –ya que tienen prohibida la comunicación con los medios—, y las medidas que se están tomando, nos lleva a pensar que detrás de esto hay algo muy, pero que muy gordo que no tiene nada que ver con el tema sanitario, sino con un proyecto totalitario global, como venimos advirtiendo desde antes incluso de llegar la epidemia a Europa. La nueva normalidad se refiere a eso, y nos van dando las normas con cuentagotas para que no nos atragantemos; normas que aceptamos con total sumisión. De entrada, ya nos están preparando para un rebrote a mediados de octubre y el consiguiente confinamiento con normas más estrictas. Lo más preocupante es que están organizando a las fuerzas del orden, incluido el ejército, para reprimir las revueltas que se prevén por el descontento generalizado: unos porque no cobran la renta mínima, otros por el ERTE, otros porque han tenido que cerrar, otros por sus seres fallecidos negligentemente, otros por la mala gestión, otros contra la desinformación, otros contra la vacuna, otros contra el NOM, en fin, que la cosa no pinta bien, aunque desde el Falcon las nubes se sigan viendo algodonadas. Me pregunto si nos lanzarán las bombas lacrimógenas que no se atrevieron a echar a los CDR catalanes cuando agredían a la Guardia Civil, asaltaban el Parlamento o votaban ilegalmente, o nos tomarán los datos a todos para registrarnos como entes peligrosos. Parece que así va a ser, tal y como estamos viendo estos días en las inmediaciones de la casa de los marqueses de Galapagar. Causa espanto el mimo con el que son tratados estos pijos de nuevo cuño que desertan de su Vallecas natal para vivir en La Navata con los ricos, pero a costa del erario. ¿Hay tantas patrullas para cada político? ¡Que se paguen la seguridad de sus bolsillos o que se vuelvan a sus barrios! Todo estaba en orden hasta que a estos descamisaos se les ocurrió militar en el alto standing. Pero hoy no toca hablar de esto, sino de China y de nuestro gran parecido.
En noviembre de 2017 leíamos con horror en toda la prensa generalista una noticia alarmante sobre el carné por puntos que China estaba preparando, con el fin de distinguir a los buenos ciudadanos de los malos, al estilo de la propuesta de Platón en su república totalitaria. A día de hoy, esto está funcionando ya, lo cual es muy peligroso, porque China ya no es aquel país en los confines, con muchos chinitos que vienen a hacer fotos, sino el referente mundial de lo que va a ser esa cosa horrible a la que me niego a llamarle nueva normalidad.
No se trata de registrar si un ciudadano paga sus impuestos o si respeta las normas de circulación, sino de controlar a las personas no solo en el ámbito público, sino en la esfera privada, y los puntos van a depender de los parámetros que “el ministerio de la verdad” chino establezca. Por ejemplo, consultar Internet, comprar cosas frívolas, maquillarse demasiado, hacerse operaciones de cirugía estética, fumar o tomar vino resta puntos. Criticar a los gobernantes conlleva severas sanciones, incluso la muerte, y de eso sobran los ejemplos.
El plan es llevado a cabo por medio de la inteligencia artificial, a través del proyecto Skynet, con millones de cámaras de vigilancia, que llevan actuando desde el 2015. Esta herramienta tiene capacidad de reconocimiento facial y de buscar información cruzada en las diferentes bases de datos oficiales. Paralelamente a esto, el gobierno chino optimiza la toma de huellas de voz y muestras de ADN de sus habitantes para construir perfiles biométricos completos. En los últimos años, muchos miles de ciudadanos chinos han sido requeridos para extraerles sangre con este fin. La ficha es completísima. Si esto era imparable, ahora, con el pretexto de la mal llamada pandemia, está alcanzando velocidad de crucero.
Desde el Ejecutivo chino se dice que es una medida para “mantener la armonía y el orden social”. ¡Cómo aman los gobernantes a los ciudadanos! ¿Verdad que suena bien? La frase es tan sonora como las palabras insulsas de nuestro presidente de la tesis falsa, Pedro Sánchez, cuando nos bombardea con sus discursos soporíferos mintiéndonos a destajo. Frases insulsas sí, pero con mucha trastienda, como estamos viendo. Sin embargo, solo tres o cuatro medios se salvan de su embrujo. El resto, ni una crítica, ni la sombra de una duda, ni una palabra en contra. Es lo nunca visto en los medios de comunicación. A veces pienso que Iván Redondo tiene contratado en Moncloa a un achichincle para que les dé una ración de burundanga todas las mañanas. Si no, no se explica.
La última novedad de China es que los padres tienen totalmente prohibido transmitir su religión a los hijos. Los niños son propiedad del Estado y se amenaza con sanciones si se les habla de Dios o se les enseña a rezar. “Los estudiantes deben recibir solamente ideologías patrióticas, colectivas y comunistas”, dice una carta enviada a los padres desde un colegio de una localidad del sur de Mongolia. A los profesores y funcionarios se les exige que detecten a los niños religiosos para reeducarlos y sancionar y castigar a sus padres y abuelos. Los vecinos e incluso los propios compañeros deben acusar cualquier indicio de religiosidad. ¿Les suena esto? Es el sueño de todo país totalitario, y la ministra Celaá no sufrió un lapsus cuando dijo que los hijos no pertenecen a los padres. ¿Recuerdan?
Todo esto es muy alarmante, porque aunque lo veamos muy lejano, como de película futurista al estilo Black Mirror, la tecnología de control no se inventa solo para los chinos. Ellos están muy acostumbrados a la sumisión. Con ellos se ha practicado un MK-Ultra in situ durante años. Recordemos que cuando funcionaba la política de “un hijo por familia” –al que se puso fin en 2015—cuando a un matrimonio se le descubría que tenía dos, generalmente entre los campesinos, se les imponían costosas multas y, en no pocas ocasiones, los agentes del régimen, cuando iban a hacer la inspección, le daban muerte al más pequeño en presencia de los padres. Y si la mujer estaba embarazada de un segundo niño, incluso a punto de dar a luz, la llevaban al paritorio por la fuerza y le asesinaban al niño. China tiene una herida colectiva emocional muy grave. Son muchos años de sufrimiento. Por eso están tan robotizados, además de por el comunismo.
Si analizamos la pérdida de libertades que hemos sufrido en los últimos meses, la cantidad de prohibiciones y requisitos para todo: dar un paseo, tomar un avión, reunirnos en casa, abrazar a la abuela, ir a la peluquería o a la playa, las mascarillas-bozales, las distancias, los guantes, el gel, los drones vigilando, el vecino denunciando, la megafonía advirtiendo y los agentes multando. Y mientras tanto, nos condenan a respirar nuestro propio anhídrido carbónico. Nos quieren tanto que nos obligan a inhalar nuestro desecho tóxico una y otra vez. Estamos geolocalizados. Ni siquiera podemos tener fiebre. Yo suelo tener fiebre cuando estoy muy cansada, porque mi cuerpo es sabio. Pero ahora si entro en un control y me da 37 me convierto en una persona peligrosa. ¡¡¡El peligro real es la manipulación de esta epidemia!!! No sé cómo decirlo más claro. Lo he repetido hasta la saciedad a lo largo de estos cinco meses de tortura. Estamos maniatados, sin nadie que nos asista y nos defienda. Porque en aras de la seguridad sanitaria se puede cometer cualquier delito contra la ciudadanía. Y esto ya se está haciendo, aunque la mayoría esté encantada de su esclavitud y no vea que el rey está desnudo.
(Periodista Digital)