A medida que gran parte del mundo se retiró de las calles para entrar en cuarentena por la pandemia del coronavirus a principios de este año, los optimistas se alegraron al ver que el uso de energía se desplomaba y, con ello, los niveles de contaminación.
Las 'feeds' de las redes sociales se inundaron con imágenes nítidas de puntos de referencia normalmente oscurecidos por el smog desde el Himalaya hasta el letrero de Hollywood.
Los científicos del clima, que pueden ser excusados por su pesimismo dado que nuestro planeta que se calienta rápidamente, advirtieron que la dramática caída en las emisiones haría poco o nada para frenar el cambio climático. Y, por supuesto, tenían razón. Los planetas, como los acorazados, no se dan la vuelta tan fácilmente... por lo que quizá los caminos llevarían a una opción experimental.
Los niveles de dióxido de carbono alcanzaron un nuevo récord en mayo: 417.2 partes por millón de moléculas (ppm) de gas en la atmósfera, siguiendo así una tendencia que no se ha roto durante seis décadas. (Antes de la era industrial, el CO2 atmosférico era de 280 ppm).
La pandemia que hasta ahora cobró la vida de más de 350 mil personas ha catalizado las peticiones para que el aire temporalmente más limpio se convierta en una cuestión permanente.
Mientras el número de muertos por COVID-19 aumenta, los estudios en Alemania, Italia, el Reino Unido y Estados Unidos han avivado la preocupación pública de que la contaminación y su efecto sobre la salud incide en que se registren un incremento de muertes relacionadas con el coronavirus.
Antes de que se desatara la pandemia, la contaminación del aire exterior estaba relacionada con la muerte de hasta nueve millones de personas cada año. Dos nuevos estudios (Harvard University y University of Siena) revelaron que los pacientes con COVID-19 tienen más probabilidades de morir si viven en regiones con altos niveles de contaminación del aire.
Lo que alguna vez fue un debate sobre el efecto a largo plazo de las emisiones sobre el cambio climático se ha convertido de repente en una cuestión inmediata de vida o muerte (aunque los altos niveles de contaminación son responsables de todo tipo de condiciones peligrosas para la salud, particularmente entre los pobres).
En lugar de tomar medidas para combatir la grave amenaza que representan tales emisiones, la administración de Trump dio el jueves un gran paso en su esfuerzo de tres años para permitir una mayor contaminación del aire, el suelo y los océanos. Anunció planes para cambiar la forma en que calcula los costos y beneficios de la regulación ambiental, lo que hace que sea más difícil justificar los límites a la contaminación del aire .
Dirigiendo nuestra atención al sector privado, resulta que los ejecutivos con vínculos directos con la energía limpia rara vez ocupan altos cargos de liderazgo o se sientan en los directorios de 20 bancos líderes de Estados Unidos y Europa. Bloomberg Green analizó las afiliaciones profesionales pasadas y presentes de más de 600 directores y ejecutivos y encontró solo unos pocos con experiencia en industrias renovables o sostenibles.
Muchos más tenían vínculos con industrias contaminantes . Al menos 73 han ocupado una posición u otra con uno o más de los mayores emisores corporativos de gases de efecto invernadero, incluidos 16 vinculados con lo más preocupante: compañías petroleras o de refinación. Los mismos 20 bancos han ayudado a organizar casi 1.4 billones de dólares de financiamiento de deuda para productores de combustibles fósiles desde la firma del acuerdo climático de París en 2015, impulsando efectivamente así el cambio climático.
Antes de que ocurriera la pandemia, la industria automotriz tenía planes de gastar al menos 141 mil millones de dólares para reorganizar las cadenas de suministro en un cambio histórico de la combustión interna a las máquinas que funcionan con baterías. El razonamiento financiero era claro: aproximadamente un tercio de los conductores estadounidenses dicen que podrían volverse eléctricos la próxima vez que compren un vehículo. Pero ha habido algunos baches de velocidad recientes: la pandemia está desacelerando las ventas generales de automóviles y una caída del precio del petróleo ha reducido el incentivo financiero para los posibles compradores de vehículos eléctricos.
También hay un gran problema de infraestructura: enormes franjas de EU no tienen estaciones de carga rápida . Se ha convertido en el obstáculo final y más grande para la adopción masiva.
Finalmente, esta semana, no sería una crisis global si no hubiera un ángulo tecnológico. En enero, Microsoft prometió ser carbono negativo (eliminar o pagar para eliminar más carbono de la atmósfera de lo que emite) para 2030 y gastar mil millones de dólares en un fondo de inversión climática, en gran parte destinado a reforzar la tecnología de eliminación de carbono.
Es un campo incipiente con muchas grandes ideas pero solo un puñado de empresas que lo están probando. El pronunciamiento de Microsoft fue más una declaración de intenciones que un plan concreto. En este momento, nada de esto es posible, pero así es como planean hacer que funcione .
Si todo lo demás falla, hay una forma barata (y aterradora) de enfriar rápidamente el planeta.
La geoingeniería solar, la reflexión de un poco de luz solar de vuelta al espacio, parece una conclusión lógica de nuestro acelerado desastre climático. El principio es simple: bloquear temporalmente la luz solar para que no entre en la atmósfera liberando dióxido de azufre (SO2).
Es rápido: a diferencia de reducir el CO2, agregar SO2 enfría la Tierra en semanas, no en décadas. Es poderoso: solo millones de toneladas de SO2 podrían ayudar a compensar los efectos del calentamiento global de cientos de miles de millones de toneladas de CO2. Pero también es muy arriesgado: realmente no tenemos idea de lo que sucederá.
Se trata, en efecto, de añadir 'otro tipo de contaminación' para ayudar a contrarrestar los efectos paralelos. Piensa en esto como una droga experimental: puede parecer prometedor, pero los efectos secundarios podrían acabar contigo.
(El Financiero)